Acercamientos a la historia cultural: el problema de la realidad, su deconstrucción y su representación

 

Por Daniel Nieto Orriols*

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“A menudo olvidamos que primero imaginamos las cosas, después intentamos conocerlas (incluso lo ya imaginado) y finalmente las incorporamos a los datos conocidos, incorporación que lógicamente se mantiene en el tiempo hasta encajar con lo que está sucediendo o con lo que se está pensando”[1]

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Se ha querido comenzar con esta frase, porque en ella se vislumbran los planteamientos de una historia que ha sido establecida desde la diferencia. Esta diferencia se refiere a la aceptación de la individualidad, pero contenida en un campo social, o sea, de la formación de la realidad con respecto a la posibilidad que tiene el ser humano de construirla mediante su previa aprehensión.

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Pareciera ser que en este sentido se dirigen las propuestas de la Nueva Historia Cultural, pues tal y como lo plantea Peter Burke[2], los planteamientos de estudiar la historia desde la cultura, parecen ser bastante antiguos. ¿Qué es la historia cultural?, la pregunta que titula el libro de Burke no es fácil de responder, pues la Cultura puede concebirse desde aristas muy diversas. Sin embargo la historia cultural, aunque difícil de definir, se puede establecer como la respuesta a una historia que propuso el estudio de la sociedad desde la impersonalidad, sólo desde estructuras, alejando al hombre de ella o sólo proponiéndolo desde fuera, pero no como actor primario[3].

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En este sentido, la historia cultural se ha caracterizado por proponer al hombre como protagonista del devenir. Sin embargo, los enfoques que ha enfrentado este tipo de historia han sido de gran diversidad, lo que ha llevado a establecer propuestas que, a fin de cuentas, pueden complementarse más que diferenciarse.

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Las propuestas de los autores postmodernos tuvieron gran relevancia en cuanto a los nuevos enfoques para estudiar la historia. Por sobre todo se proponía estudiar al hombre, pero el conflicto era la forma o más bien, la posibilidad de entenderlo. La postmodernidad estableció una deconstrucción de los postulados anteriores, cayendo los discursos absolutos  y fragmentándose el sujeto. Entonces, el cuestionamiento sobre la realidad o la posibilidad de que esta existiese, terminó por afectar los estudios históricos, ya que éstos, en mayor o menor medida, trabajaban sobre supuestos que consideraban a la realidad como algo cognoscible de por sí[4].

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Es justamente en este marco en el que se instaura la Nueva Historia Cultural, que se diferenció de los otros enfoques históricos especialmente por su capacidad de concebir la historia como construcción. Así, la realidad comenzó a entenderse como un constructo de los hombres, los que a su vez, al encontrarse insertos dentro de una cultura –también construida- poseían una estructura mental que los preconcebía al enfrentar la realidad de ciertas formas establecidas, o si se quiere, ver al mundo desde ciertos ojos, con ciertas normas, con ciertas concepciones de lo real[5].

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Entendiendo que es el hombre quien construye su propia realidad, fue necesario ahondar en la forma en que éste la cimentaba, lo que necesariamente se enfocó en el estudio de su mentalidad. Es en torno a este aspecto que Jacques Le Goff establece la relación entre la psicología individual y la colectiva, puesto que la individualidad del hombre y su forma de concebir y constituir el mundo, se concibe precisamente desde la cultura en la que se inserta, así “La mentalidad de un individuo, si quiera la de un gran hombre, es justamente lo que tiene de común con otros hombres de su tiempo”[6].

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Es precisamente lo colectivo lo que propone el estudio de la mentalidad, puesto que a través de la común comprensión de la realidad es que podemos fragmentarla en piezas para construir una historia basada en lo concebido como real[7]. Sin duda, la realidad o la concepción de ésta se encuentra representada por la sociedad. Este es uno de los puntos que parecen más interesantes de la historia cultural, puesto que el concebir al mundo como una representación social, es precisamente el factor decisivo para entender cómo es posible estudiar la historia.

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Si la cultura es un constructo al igual que la realidad, la forma en que ésta se formula se expresa en su forma representada. En este sentido, se debe comprender que la representación del mundo se realiza a través de signos. Para que estos sean cognoscibles por la sociedad, necesariamente deben encontrarse convencionalizados, ya que es justamente a partir de lo común que existe la posibilidad de construir realidad. En cuanto a este aspecto, Peter Burke señala que es justamente la tarea del historiador cultural preocuparse por estos signos[8], pues a través de su uso y comprensión contextual es que se puede entender una realidad, aunque esta sea aparente, pues su construcción y representación estará constituida a partir de la idea que se posee de la misma.

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Quien plantea interesantes propuestas sobre la representación es Roger Chartier. Sin duda sus ideas sobre la historia de la lectura son un acercamiento a la manera en que el mundo es construido, pues según el autor, las diversas prácticas de lectura establecen transmisión de tradición[9]. Justamente desde esa costumbre es que es posible comprender cómo el mundo se formula conceptualmente a través del tiempo y, a su vez, lo que permite encontrar las rupturas.

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A través de la historia de la lectura, Chartier es capaz de establecer una forma de entender el traspaso de ideas entre  los individuos y de entender cómo se construye una cosmovisión común, o sea una forma de ver el mundo[10].

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Entendiendo que la disciplina histórica es la encargada de desentrañar aquellos signos que permiten reconstruir la mentalidad que posibilitan representar y concebir un momento histórico, es dable entender por qué la historia cultural ha sido necesariamente abordada desde diferentes enfoques, ya que para construir una explicación de las explicaciones o formas de ver el mundo, ha sido necesario, a través del tiempo, estudiar al hombre desde la psicología, la antropología, la lingüística y el constructivismo, entre otros.

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Uno de los enfoques culturales que parece bastante interesante es el de la microhistoria, ya que a través del estudio de ciertos casos, es posible hacer construcciones de lo general. Así, al reducir el campo de estudio, es posible no perder de vista numerosos detalles que en estudios más amplios escapan al ojo del observador[11]. En este sentido, la microhistoria ha respondido justamente como método complementario a la psicología, la antropología, la iconología, el arte, etcétera, ya que en los detalles, puede encontrarse muchas veces la explicación a las preguntas sobre la representación.

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Otro de los enfoques que han complementado a la historia cultural y que sin duda ha sido de gran ayuda, es el de la lingüística. Esta disciplina se ha configurado desde varias aristas, pero la que mayormente interesa en este asunto es la que tiene que ver con la concepción del mundo a través de los sistemas del lenguaje, o sea de la actitud lingüística[12]. Con respecto a este enfoque de la historia, se ha hecho presente el rasgo lingüístico del hombre en su estructura de pensamiento, o sea, la forma de ver el mundo condicionada por el aparato lingüístico que le es inherente. Sin embargo, las propuestas que mejor parecen graficar el estudio histórico a través del aparato lingüístico son aquellos que se establecen en torno a los textos históricos como artefactos literarios[13].

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Los diversos planteamientos de la historia cultural resultan interesantes en la medida es que se establecen entendiendo que la historia le corresponde al hombre. Considerado a su vez como un constructo cultural, la disciplina histórica ha debido formular métodos que propongan solución a las dificultades de percibir la realidad, lo que se ha intentado mediante aristas tan diversas como la demografía, la gestualidad, la economía, la psicología, las imágenes, la literatura y muchas otras que han complementado y ahondado en los estudios.

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La propuesta que pareciera ser muy interesante tiene que ver con los aspectos de representación, ya que son estos últimos los que permiten entender cómo la sociedad se ha transformado en el tiempo y a su vez ha conservado otros elementos. La dificultad de desentrañar o identificar esas representaciones ha llevado a la historia de la cultura a mostrarse como debatible -tanto por sus métodos como por su concepción de historia-, aunque esto no ha impedido su continua reproducción.

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La misma creación historiográfica es un posible objeto de estudio, ya que ésta se encuentra también condicionada de acuerdo a ciertos códigos convencionales establecidos por la sociedad. Así, la frase expuesta por De Certeau parece coherente cuando expone que “La historia queda configurada, de parte a parte, por el sistema en que se elabora. Hoy como ayer, viene determinada por el hecho de una fabricación localizada en tal o cual punto de ese sistema… La articulación de la historia en una esfera es, para un análisis de la sociedad, su condición de posibilidad”[14].

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Esta concepción de la historia es, a su vez, una perspectiva representativa que vale la pena ser expuesta, ya que mediante su aprehensión es posible entender que el historiador también forma parte de una época y cultura. Por lo tanto, la supuesta objetividad a la que abocaba la historia de antaño, se encuentra fuera de toda posibilidad, debido a que la objetividad propiamente tal, según las perspectivas culturales, no existiría.

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Pareciera ser que el concepto de representación y construcción poseen una carga bastante grande, ya que no sólo aboca al pasado, sino que se hace patente en el presente. El representar un mundo y construirlo en base a consensos sociales, conscientes o no, supone una relativización de la realidad que no es fácil de concebir, pues ésta rompe con ciertas verdades que explicaban y ordenaban al mundo desde hacía siglos.

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Sin duda el siglo XX fue un tiempo de revolución historiográfica, pero más que presentar un nuevo objeto de estudio e incluso hacer una nueva historia, el gran aporte fueron los cambios de enfoque. Estos cambios no se debieron sólo a historiadores, sino que justamente a aquellos que se encontraban fuera de la disciplina, pero que se interesaron por los problemas del hombre en el tiempo. Desde ahí, con nuevas explicaciones, propuestas y concepciones del mundo, es que se estableció una nueva forma de hacer historia denominada cultural, la que según Burke debe quedar vedada de la literalidad[15] y continuar por la senda de la interpretación, o sea, la búsqueda de la construcción y representación de la realidad.

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* Daniel Nieto Orriols es Licenciado en Historia y Bachiller en Humanidades de la Universidad Andrés Bello. Estudiante de Magíster en Historia con mención Arte y Cultura de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.


[1] Cavieres, Eduardo, “Los tiempos y el conocimiento: la historia como controversia” en La historia en controversia. Reflexiones, análisis, propuestas, Universitarias de Valparaíso, Valparaíso, 2009, p. 9.

[2] Burke, Peter, ¿Qué es la historia cultural?, Paidós, Barcelona, 2006.

[3] En este sentido podemos revisar los trabajos de la segunda generación de Annales, especialmente los de Fernand Braudel, pues en ellos se destaca el papel de las estructuras por sobre el devenir del hombre. De hecho, las grandes críticas de la tercera generación de Annales y del giro cultural en la historiografía del siglo XX, será precisamente el hecho de no considerar al hombre, subyugándolo ante el rol de las estructuras.

[4] Aurell, Jaume, Tendencias historiográficas del siglo XX, Globo, Chile, 2008, pp. 94-99.

[5] Resulta interesante cómo la discusión en torno al condicionamiento cultural en el hombre se vincula directamente con el concepto de libertad que se supone le es inherente. Sin duda, desde una perspectiva aristotélica se podría defender la libertad del hombre en torno a su potencia, pero las propuestas de la Nueva Historia Cultural más parecen vincularse a las ideas Heideggerianas del ser, que es concebido como un ente que no posee plena libertad, pues al ser en el mundo junto con el ente y vincularse con la “realidad” a través del lenguaje, queda clara la falta de libertad que le es propia al hombre, en cuanto a sus condiciones de posibilidad en el mundo a través de una estructura de signos. Vid., Vattimo, Gianni, Introducción a Heidegger, Gedisa, Barcelona, 1986.

[6] Le Goff, Jacques y Nora, Piere, Hacer la historia. Objetos nuevos, Laia, Barcelona, 1984, III, p. 83.

[7] En este sentido las propuestas de Foucault fueron indispensables para entender cómo los discursos históricos han poseído, a lo largo de la historia, una voluntad de verdad. Cuando ésta se ha aceptado, se adopta como un constructo real y bueno, por lo que quien queda fuera de estos preceptos, es considerado marginal. Vid. Foucault, Michel, El orden del discurso, Fabula Tusquets, Barcelona, 2010. Así, a través de sus propuestas puede entenderse cómo el mundo es una construcción ideológica que es comprensible sólo en la medida en que se considere a la verdad no como un absoluto, sino como algo cambiable.

[8] Burke, Peter, op. cit., p. 15.

[9] La concepción de la tradición es de gran relevancia para la historia cultural, en palabras de Burke: “La idea de cultura implica la idea de tradición, de ciertas clases de conocimientos y destrezas transmitidos de una generación a la siguiente”. Burke, Peter, op. cit., p. 41.

[10] Chartier, Roger y Cavallo, Guglielmo, Historia de la lectura en el mundo occidental, Taurus, Madrid, 1998, Introducción.

[11] Levi, Giovanni, “De la microhistoria a las construcciones sociales de la historia” en La historia en controversia…op. cit., pp. 55 y ss.

[12] Chevalier, Jean Claude, “La lengua. Lingüística e historia” en Hacer la historia…op. cit., 99-100.

[13] Hayden White ha sido un aporte desde esta perspectiva, ya que concibiendo los escritos históricos como parte de la literatura, ha logrado establecer la relación entre el hecho y su representación: acontecimiento. En relación a la concepción literaria del texto histórico es que ha podido realizar una historia entendida como representación, y que ha aportado tanto al mundo de las ideas como de las mentalidades. Para mayor información véase White, Hayden, El texto histórico como artefacto literario y otros escritos, Paidós, Barcelona, 2003.

[14] De Certeau, Michel, “La operación histórica” en Hacer la historia. Nuevos problemas, Laia, Barcelona, 1984, I, p. 31.

[15] Burke, Peter, op. cit., p. 154.